En 1897, un oscuro autor irlandés creó un mito que ha fascinado a generación tras generación de lectores aficionados a las historias de terror. Más de un siglo después, el nombre Drácula sigue evocando un sin fin de poderosas imágenes, y continúa ocupando un lugar de privilegio entre los vampiros de la literatura universal.
Partiendo de fuentes tan dispares como las obras de John Polidori, E. T. A. Hoffmann o Joseph Sheridan Le Fanu, e inspirándose en la terrible figura del voivoda valaco Vlad Tepes, Bram Stoker dio forma al no-muerto definitivo, y construyó alrededor del mismo una magnífica novela que escandalizó a la sociedad Victoriana de finales del siglo XIX. Una novela inmortal que mantiene intacta su frescura y la capacidad de maravillar al lector moderno, al tiempo que sirve como inagotable fuente de inspiración para una legión de escritores que beben de ella para crear sus obras.
Sin Drácula, Stephenie Meyer no se habría hecho millonaria con sus chupasangres de pacotilla sólo aptos para adolescentes descerebrados. Sin Drácula, Anne Rice no hubiera creado a sus populares Lestat, Louis y compañía. Sin Drácula, Stephen King no nos hubiera maravillado con El misterio de Salem’s Lot, Richard Matheson no nos habría regalado su obra maestra Soy leyenda, Kim Newman no hubiese creado el fascinante universo que describe en las novelas de la saga que inició con La era de Drácula. Y esos son, simplemente, unos pocos ejemplos del sinnúmero de historias que deben su existencia al talento de Stoker.
El enfrentamiento entre el diabólico conde rumano y el grupo de valerosos personajes que, comandados por Abraham Van Helsing (otra figura emblemática: el cazador de vampiros por excelencia), pondrán todo su empeño en intentar frustrar sus planes de expandir la plaga del vampirismo por Inglaterra, se nos narra de una forma harto peculiar. La novela se ensambla a partir de extractos de diversos diarios, cartas e incluso noticias aparecidas en periódicos. De ese modo, los acontecimientos se nos presentan con el punto de vista de los diferentes protagonistas de la historia. Una historia que nos atrapa desde la primera página la cual, a pesar de errores e incoherencias puestas de manifiesto por los estudiosos de la obra en numerosas ocasiones, goza de una extraordinaria capacidad para entretener a lectores de todas las edades.
Suelo leer Drácula todos los años, y ya son varias las ediciones de la novela que atesoro en mis estanterías. Sin embargo, el número de nuevas versiones de la obra de Stoker que aparece en las librerías no para de crecer y, de vez en cuando, me encuentro ante alguna nueva edición que resulta irresistible por un motivo u otro. En el caso que nos ocupa, la editorial Anaya nos ofrece un volumen de gran tamaño, recia encuadernación, excelente papel y, como extraordinario reclamo, un puñado de hermosas ilustraciones realizadas por Beatriz Martín Vidal, parte de cuya fascinante obra se puede admirar en www.beavidal.com.
Drácula es un Clásico (sí, con mayúscula) y, por lo tanto, cualquier amante del terror que se precie debería leerlo. Algo que, imagino, habrán hecho la mayoría de los lectores de esta reseña. No obstante, si por alguna extraña razón no es ese el caso, esta excelente edición permite subsanar tal error, al tiempo que se disfruta con unas bellas láminas que complementan maravillosamente el texto de la novela. Una ocasión que no hay que dejar escapar, en mi modesta opinión.